martes, 9 de enero de 2018

El violín encantado II. Libro II

Siguieron avanzando, sorteando las grandes rocas, hasta llegar a la cueva. Era una cavidad a la que se entraba por un agujero en forma de V invertida. Había que agacharse un poco para poder pasar. Una vez dentro, se abrían varios espacios y salas que se adentraban en el interior de la montaña.
  • Bien. Aquí acamparemos. Lo primero y más importante es conseguir leña para encender el fuego. El agua no será problema: dentro de la cueva hay un arroyo subterráneo del que podremos beber. En cuanto a la comida, yo me encargaré de poner unas trampas en los alrededores para intentar cazar algunas ardillas y conejos. Estaremos aquí no más de cinco días. Tú ve a por leña. Del resto me encargo yo ¡En marcha!
Pérlav se puso manos a la obra. Estuvo recogiendo ramitas secas y troncos más gordos alrededor del campamento. Por su parte, Admir se adentró en el bosque para preparar siete trampas de aplastamiento. Un viejo leñador le había enseñado cómo montarlas: primero había que buscar una gran piedra plana y pesada. Luego había que ponerla en equilibrio sobre un palito fino al cuál había que enganchar una nuez, bellota o avellana. La idea era que la presa, atraída por los frutos secos, se metiese debajo de la piedra; y que al mordisquearlos hiciese caer sobre sí la roca, muriendo en el acto. Esta actividad le llevó un buen rato; justo hasta que se puso el sol. Cuando los últimos rayos se escondían detrás de las montañas, Admir regresó a la cueva. Allí pudo comprobar que Pérlav no había perdido el tiempo: una gran hoguera chisporroteaba a la entrada de la cueva. Cerca, pero lo suficientemente lejos para no arder por accidente, había un buen montón de leña preparada para alimentar la lumbre. Pérlav también había preparado dos camas con ramas frescas de haya. Sus hojas verdes y tiernas serían un colchón ideal para pasar la noche. 

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