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Shhhhh. Mira. Ahí están dormidos. Seguro que son ellos.
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¿Qué hacemos, jefe?
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Vamos a rodearlos en silencio. Sobre todo, no hagáis ningún ruido. Esos dos han demostrado ser unos tipos duros de pelar. Ya sabéis cómo consiguieron escapar de la torre negra, escabulléndose como auténticas sabandijas.
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Y cuando les hayamos rodeado, ¿qué hacemos?
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Nos tiramos todos encima de ellos, les reducimos y les maniatamos. Luego volveremos a Bràsov y pediremos la recompensa a Mòlodin ¡Vamos a hacernos ricos, muchachos!
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¡Shhhh! No se emocione jefe, que nos van a oír.
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¡Calla! Aquí el que da las órdenes soy yo ¡Venga, al lío!
El
que así hablaba era Bünder, el jefe de una de las cuadrillas
contratada por Mòlodin para localizar a Admir y a Pèrlav. Su grupo
de 5 hombres llevaba dos días peinando la montaña, y ahora por fin
tenían a sus presas al alcance de la mano. La recompensa era muy
suculenta: el barón había ofrecido 20.000 florines por la captura
de los dos fugitivos. Lentamente, sin prisas, con la calma propia de
aquéllos que saben lo que están haciendo, los montaraces rodearon
Bisericuta Paganilor. Luego de ésto Bünder imitó el canto del
herrerillo. Ésa era la señal para empezar a cerrar el círculo.
Paso a paso, sin hacer ningún ruido, se acercaron a ellos. Los 5
hombres estaban ya a escasos dos metros de la enramada que Admir y
Pèrlav habían levantado el día anterior para protegerse de los
lobos.
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